Crónicas de Quiamare
Por Juvenal León Rodriguez
Una Historia Novedosa
La historia de Quiamare
permaneció muchos años oculta, como los secretos almacenados en anaqueles
envejecidos. Un sinnúmero de obras transcurrieron las centurias ocultando en su
interior, abundantes referencias sobre el proceso cumplido en este pequeño
territorio; y, más allá de dos siglos, permanecieron como “la semilla en la
tumba del faraón” rumiando su letargo, en espera del ambiente propicio que las
hiciera germinar, y las arrancara de ese diván del olvido para hacerla conocer
de los habitantes de esta comunidad; y como mandato del destino ahora aparece
estructurada con el nombre de QUIAMARE para abrirse al conocimiento general, y,
en particular, a los nativos de “esta tierra de gracia” con el preconcebido
propósito de ofrecerles sus páginas como una ventana a través de la cual puedan
asomarse a conocer la historia de su comunidad, lo que por sí ya constituye una
novedad, pues en una población que viene remontando los siglos, acompañada con
su característica esencial de no saber su procedencia ni los caminos
transitados, y se le acerca fortuitamente un cronista a enseñársela, además de
sorprendente constituye un gesto grato.
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Este objetivo de divulgar el
proceso histórico de Quiamare no es nuevo. Se ha abordado varias veces. En el
diario “Metropolitano” de Barcelona, en la columna “Crónicas de San Mateo” la
serie de entregas con el título de “El Quiamare Histórico”, en donde se
perseguía despertar interés por los procesos desarrollados por la generación
fundadora, y, así, como las que continuaron en el duro batallar para construir
en la vecindad la grandeza que motivaba los sueños acariciados por sus hijos
para su “patria chica”.
Los nativos de este heroico
terruño jamás soñaron con los nombres de los personajes ancestrales
quiamareños, quienes ayer inclinaron sus lomos en este vecindario para
construir a las generaciones posteriores un lugar como “uno de los más amenos y
deseables que se puede imaginar para hacer pueblo, en el cual lo intentaba
formar”, como lo señalara en 1728 el primer fundador, el fraile Andrés López:
pero que ahora retornan a la aldea que los viera nacer, cargados de entusiasmo
y orgullo, identificados con las generaciones que siguieron, que de manera
ignota continuaron la obra legada por estos antepasados, en el empeño porque
esta comunidad trascendiera los siglos como lo han conseguido.
Los obstáculos enfrentados y
superados, han endurecido el temple de los naturales en las luchas libradas en
busca de mejores horizontes. Las hazañas cumplidas al lado del misionero Lucas
de Magariños, arrancándole a la tierra los frutos de la supervivencia; la
gallarda actitud defendiendo las banderas reales en la época de la
emancipación; su valentía apostando por el triunfo de los liberales amarillos,
en los que veían no tan sólo la pacificación del país sino la paz en su
parroquia; el coraje, valor y la palabra empeñada fue y sigue siendo la divisa
de una manera de ser que caracteriza a estos habitantes.
Este libro que sale a transitar
las veredas de la crítica y los salones del debate, lo hace, como es la
aspiración de su autor, con la finalidad de proporcionar a la juventud
estudiosa, trabajadora del campo y del taller, una especie de manual o puerta
abierta, donde con libertad puedan asomarse a encontrarse con su localidad de
todos los tiempos, y dotados con las herramientas contenidas en este pequeño
volumen puedan promover la discusión y sobre todo dotarse de los elementos
indispensables que les permitan ahondar las querencias del lugar donde una vez
nacieron, y de esa manera emprender con pasión la búsqueda del honroso lugar
que le corresponde en la historia a Quiamare y luchar tesoneramente con
voluntad y firmeza para alcanzar justicia para su lar nativo, como son los
deseos sinceros del que esto escribe.
Fundación del pueblo de Quiamare
Por Oreste Pérez
González
A los 274 años de culminada la epopeya emprendida por el
presbítero franciscano Fray Lucas de Magariños
Primera fundación
La ardua empresa emprendida por
los religiosos franciscanos para extender la colonización y fundación de nuevos
pueblos de misiones, les enfrentó a toda clase de obstáculos que impedían la
realización de este objetivo. Tal, fue el caso de Andrés López Mártir de Mamo,
en la tarea que acometió para efectuar la creación del pueblo de Quiamare,
tarea que inició el presbítero Fray Lucas de Magariños el cinco de agosto de
1728.
Se empezó la edificación del
nuevo asentamiento, a unas cuatro leguas
de San Mateo -aproximadamente 20 kilómetros -antigua provincia de la Nueva
Andalucía, en el hoy estado Anzoátegui, Venezuela. Su fundador Fray Lucas de
Magariños describe el sitio de la
fundación de la siguiente manera: “Donde se consideraba permanente por las
cercanías y conveniencias de su buen terreno. El lugar es uno de los más amenos
y deseables que se pueda imaginar para hacer un pueblo que se intenta formar”.
Se inicia con indígenas de la
etnia-nación Caribe. Se procedió con la construcción de ocho casas y una troje
con sus bastimentos. La fundación produjo agrias desavenencias entre los mismos
misioneros y luego se recurrió a las autoridades administrativas de la Corona
española.
La controversia surgida, trajo
como consecuencia que la Real Audiencia de
España suspendió la actividad de búsqueda de nuevos infieles para la
misión. El sacerdote Magariños tuvo que
realizar un viaje hasta la madre patria, e hizo valer sus alegatos. Regresando
a toda prisa -según los medios que se disponían- a continuar su emprendimiento.
Algunos de los originarios habitantes, habían permanecido en el sitio protegido
y alentado por el cura y los pocos fieles catequizados.
Quiamare arde por los cuatros costados
La mañana del 26 de enero de 1734
los escasos habitantes del pueblo fueron despertados por las llamas y el humo,
que se mezclaban con la espesa neblina, haciendo casi imposible la visión. Los
pobladores para salvar sus vidas tuvieron que salir del lugar despavoridos:
Quiamare era arrasado por las llamas.
¿Qué sucedió?
Desde hacía días los pocos ibéricos que
habitaban el caserío, presentían que se estaba preparando un levantamiento por
los remolones que se encontraban los indígenas que servían de peones, o mejor
dicho casi de esclavos en las fincas, en más de una ocasión fueron sorprendidos
hablando en su idioma, cuestión que tenían prohibido terminantemente, además de
haber conseguido en un bosque a la orilla del río, un santuario con imágenes de
sus dioses.
El padre Magariños, que se
desvelaba porque estos nativos abrazaran la fe cristiana, sufrió a raíz de este
acontecimiento un gran disgusto y les puso como penitencia a las mujeres y a
los niños, el castigo de lecciones extras de catecismo. Los amos del lugar más
prácticos, le aumentaron a los hombres la ración de palos y les bajaron la de
comida, además de ponerlos a trabajar de sol a sol.
Esta penosa situación de
maltratos fue el caldo de cultivo, que gestó la rebelión de la treintena de
nativos que constituían la población de la incipiente misión.
Se recoge en la historia del
villorrio que un cacique aborigen, a quien los españoles habían bautizado como
Alfonso Rodríguez, en honor a uno de los fundadores del lugar, él que como todos los de su raza, había sido
arrancado por la fuerza de sus tierras del Caris en la Mesa de Guanipa del hoy
estado Anzoátegui, a orillas del río del
mismo nombre, en donde desde tiempos inmemoriales se asentaba la nación de los
Kariñas, capitaneó el levantamiento junto a su lugarteniente, un indio de raza
caribe de fuerte contextura llamado Liborio.
Ambos nativos dieron rienda
suelta a la conspiración y le entraron a las nacientes y frágiles
construcciones con hachos en manos –teas elaboradas con el corazón de los
cactus secos, muy inflamables- desatando el pavoroso incendio que puso a arder
a la población por los cuatro costados, casi acabando con la misma.
El padre Magariños alertado por
una de sus fieles, apenas tuvo el tiempo
necesario para sacar las imágenes y demás enseres religiosos del improvisado
templo. Los insulares sacaron a los niños aún dormidos, algunas pertenencias y
salieron a toda carrera del pueblo, rumbo hacia el vecino San José de
Curataquiche o para la hacienda de don Miguel Guzmán en los bajos cercanos a
orillas del río Aragua, donde se atrincheraron.
Uno de los españoles llamado
Agustín González, quien tenía su hacienda muy cerca del pueblo en el sitio de
la Granzita, no se percató de lo que había sucedido, debido a que se encontraba
durmiendo una borrachera, originada por varias barricas de vino de Jerez de su
bien provista bodega, importado desde su tierra natal en Jerez de la Frontera;
y quien tenía la bien ganada reputación de ser muy cruel y castigar con azotes
a los indígenas por cualquier nimiedad; más aún cuando andaba borracho, fue sorprendido
y hecho prisionero por los alzados.
A rastras fue conducido hasta el
árbol de cotoperi, y estaban a punto de
lincharlo la turba, encabezada por un caribito lipón, conocido como el “Renco”
por su cojera de la pierna derecha, quién era el que más gritaba para que lo
colgaran, mientras con una viril de toro le proporcionaba sendos latigazos, que
hacían soltar aullidos de dolor al infortunado. En esta cruel faena se
encontraban cuando el padre Magariños los convenció de que le perdonaran la
vida.
Gracias a los buenos oficios del
humilde prelado y las buenas acciones que éste había realizado a favor de los
nativos, el asustado hacendado pudo salvar el pellejo; del susto fue a parar la
carrera a su tierra natal, sin que más nunca se supiera de él. Esa fue la
primera borrachera de los nativos con jerez y otros preciados licores.
El incendio acabó con casi todo
lo existente, salvo las bestias, reses, marranos, gallinas y chivos que
existían en la incipiente fundación que fueron tomados por los sublevados.
Casi todos tomaron los caminos de
las montañas y sabanas según sus procedencias. Finalizó de esta manera el
experimento de la primera fundación de Nuestra Señora de los Dolores de
Quiamare, aunque quedaron las bases y unos pocos, poquísimos habitantes que
serían la base la futura población.
El uso y abuso de españoles y criollos con la
población originaria, obligó a la Corona española a emitir regulaciones en las
que expresamente se prohibía la esclavitud y castigos infamantes que tampoco se
cumplían, a pesar de las quejas de los religiosos; esta situación originaba
como era de esperarse que a la primera oportunidad, los atrapados a la fuerza
cogieran el monte, como ocurrió en la primera fundación de Quiamare.
Segunda y definitiva fundación
Es el 15 de septiembre de 1746
cuando el obstinado sacerdote Fray Lucas de Magariños, insiste por segunda
ocasión en fundar el pueblo de Nuestra Señora de los Dolores de Quiamare,
siendo esta la fecha oficial de la fundación. Siguiendo para ello el cumplimientos de los
protocolos reales y cristianos en cuanto a las mediciones y ubicación de los
hitos exigidos y los cánones religiosos. Acordes a estos actos fundacionales, y
con las palabras sacramentales de las cuales tomamos un breve extracto de
ellas, dio inicio al protocolar acto:
“En nombre de Dios todo poderoso
y de su bendita Madre y para el ensalzamiento de la Santa Fe Católica y
servicio del rey don Felipe V fundo en este sitio, una ciudad con los soldados
y vecinos españoles que en adelante irán nombrados y en su nombre real, la
nombro y llamo: NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES DE QUIAMARE quien será su patrona
y guía por los siglos de los siglos. Amén”
Luego todos los presentes se trasladaron a una
enramada de regulares proporciones, en la que se habían colocado las santas imágenes
con la virgen de Nuestra Señora de los Dolores en el centro de la improvisada
capilla. Magariños, se esmeró en aquel sermón y después de las invocaciones de
protección y buenaventura, se largó con un discurso del que se recogen algunas
frases:
“El pueblo que habéis fundado por la Gracia
del Señor y de su Patrona, de todos los santos del cielo habidos y por haber,
tendrá larga y próspera vida, porque en esta tierra hay oro, mucho oro -los
españoles presentes, al oír esto se miraron unos a otros con los ojos tan
desorbitados, que parecían huevos fritos- quiera Dios, que ustedes y su
descendencia así por los siglos de los siglos, gocen de esta riqueza”.
A continuación se nombraron las familias y se designaron los funcionarios.
Pero esto no quedó de este
tamaño, los españoles codiciosos e intrigados por lo del oro, asociaron la
expresión del cura con el famoso dorado, del que tanto se fabulaba en los recientes tiempos del descubrimiento,
enseguida se fueron hasta el frondoso cotoperi aledaño y en concierto quedaron
de salir en la madrugada siguiente por los diferentes vientos del pueblo a
buscar el codiciado metal. Meses y años estuvieron en esa labor sin encontrar
una miserable pepita, hasta que cansados por la inútil búsqueda abandonaron la
costosa y fatigosa empresa.
Hoy conocemos el significado de
las palabras proféticas de Magariños, el oro al cual se refirió en su misa de
fundación era el oro negro, en otras palabras el petróleo, que acompañado de
abundante gas yace en el subsuelo de los campos de Quiamare en ricos
yacimientos.
En cuanto al nombre, que se le
dio a la fundación se estableció por una relación de apego sentimental con los
caribes, debido a la gran influencia que ejercía el cacique Piamare en esa
nación, luego el mal pronunciamiento de ese nombre, degeneró en el de Quiamare
que es como lo conocemos.
La fundación de la nueva
población se inició con cincuenta y ocho aborígenes, en otras incursiones
realizadas desde el año de la fundación hasta 1751 hacia las riberas del
Orinoco, la Mesa de Guanipa y del Río Caris, los habitantes se elevaron a más
de doscientos, ninguno de ellos formaba parte del contingente de la primera
fundación.
Desde el día de su fundación
hasta el año 1753, se habían bautizado trescientas almas; en el mismo lapso
habían fallecido cien. El año 1752, contaba el pueblo con 170 personas, de las
naciones Caribes, Chaimas y Cumanagotos y unos pocos de la etnia Salibas. La
mayoría cristianos y unos pocos infieles. Ahora bien, retrocedamos hasta el 5
de mayo de 1748 y veamos como fue:
La segunda quema de Quiamare
Estas constantes salidas de los
misioneros para atrapar infieles, provocaron una revuelta general que
desencadenó en un nuevo incendio, con la consecuente destrucción de casi toda
la naciente comunidad. Éste acontecimiento dispersó nuevamente a sus moradores
por las montañas, situación aprovechada por algunos de ellos conocedores de la
zona para regresar a su lugar de origen.
Otros, poco a poco fueron
regresando a la fundación por cuenta propia, y la mayoría capturados y traídos
nuevamente a la fuerza. Afortunadamente esta segunda hecatombe fue de menos
proporciones que la del año 1734 y los daños fueron subsanados.
Las noticias sobre el avance
experimentado por la pequeña comunidad las proporcionaban los ilustres
personajes que pasaron por el villorrio, el 16 de abril de 1752 llega a
Quiamare don Francisco Julián Antolino, Obispo de Puerto Rico, quien suministra
el sacramento de la confirmación a cuarenta y cuatro personas. Es bueno en este
punto anotar que estas provincias, dependían para aquel momento
eclesiásticamente del obispado de Puerto Rico, es de imaginar el estruendo que
causaría en aquella incipiente comunidad la visita de tan importante religioso.
Se relaciona que un aborigen del
Orinoco, quien era candidato para ser bautizado por tan ilustre personaje,
nombrado Lucas Camayaguán al ver la pompa del personaje y su séquito se asustó
tanto que cogió el monte y todavía lo andan buscando. Debido a este temor, se
apunta que para bautizar a estos nativos, los bajaron al pueblo con días de
anticipación y una noche antes, tal como lo habían planeado, les dieron una
fiesta hasta que se quedaron dormidos de la borrachera, el otro día al
despertar los llevaron a la iglesia y todavía adormitados por la resaca, les
administraron el sacramento del bautismo.
¿Qué sucedió con el
Padre Magariños?
El 6 de julio de 1783 fueron
medidas las tierras y deslindados los límites fronterizos de la misión de
Quiamare. Es admirable que después de haber transcurrido treinta y siete años
de la fundación de Quiamare, todavía permanezca allí, el franciscano presbítero
Lucas de Magariños, quien para la fecha contaba con la venerable edad de
ochenta y siete años, lo que hace suponer que falleció en el pueblo y sus
restos enterrados en la Iglesia, según las costumbres cristianas. Lugar que
posteriormente y hasta la actualidad sirve de asiento al cementerio de la
población.
En el poblado dicen que todavía
en la Semana Mayor en la ofrenda de la Santa Misa el Ilustre Prelado oficia los
sacramentos. Otros señalan que lo han visto en las madrugadas caminando en
oración por el pueblo. Entre los relatos se cuenta uno del señor Julio Hidalgo,
rico hacendado ya fallecido, quien aseguraba que lo encontró rezando en
profunda meditación en su posesión de Sanquiche, aledaña al lugar en donde
murió y fue sepultado.
Resalta el comisionado Chávez y
Mendoza en comunicación enviada a la Real Audiencia de España, en relación al
informe concerniente al deslinde, destaca que el misionero había dotado con sus
esfuerzos el mobiliario completo de la Casa de Dios, y su patrona Nuestra
Señora de los Dolores cuya imagen, el padre Lucas de Magariños había hecho
traer de España, ocupa el centro del altar y de sus festividades, que el pueblo
las celebra el 15 de septiembre, -fecha de su fundación- en su honor.
Describe que la sede católica era
decente con treinta y tres varas de longitud y tres naves con su presbiterio y
cuatro retablos, estaba techada de tejas, igual que la residencia de su morador
y la posada real, estas tejas de arcilla eran fabricadas en el pueblo, bajo la
dirección de los españoles con el trabajo de los nativos. Registra las imágenes
de un San Antonio de Padua, un Santísimo Cristo, dos Ángeles en su pedestal y
un San Ildefonso arrodillado. Apareciendo por primera vez relacionada esta
imagen.
Como se ha señalado ni la
desaparición física logró que el ilustre
servidor de Cristo, dejara de velar por su querido pueblo. Que en más de una
oportunidad ha estado a punto de ser borrado del mapa. El presbítero Fray Lucas
de Magariños, un monumento merece por su encarnizada lucha en la protección de
su amado pueblo de Quiamare. Rogamos a Él, a la Santa Patrona Nuestra Señora de
los Dolores y a todos los santos del cielo, nos ayuden a salir de esta nueva
hecatombe que padece Quiamare y toda Venezuela.
Nota: Para la redacción de esta
crónica fundacional, debo dar las gracias al eminente cronista de San Mateo don
Juvenal León, quien con sus laboriosas investigaciones realizó un aporte
valioso en su redacción. Así mismo, a las personas que proporcionaron las
gráficas como fue la página oficial de la Iglesia “Nuestra señora de los
Dolores de Quiamare” dirigida por el señor Kelvin Guzmán y al Ing. Raúl Guzmán
que efectuó la composición gráfica.
Valle Mágico, La Asunción, Isla
de Margarita, estado Nueva Esparta Venezuela.15.09.2020.
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