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sábado, 25 de febrero de 2023

Rafael Diego Mérida, el célebre Tuerto Mérida, uno de los protagonistas más tumultuosos de la Independencia


Rafael Diego Mérida (1762-1828). Escribano de Cámara de la Real Audiencia de Caracas. Secretario de Gracia y Justicia y Policía durante la Segunda República. Escritor. Su primera actuación conocida fue como escribano de cámara de la Real Audiencia de Caracas, en el proceso instaurado por este organismo, en 1795, para conocer sobre la huida del niño Simón Bolívar de la casa de su tutor, Carlos Palacios, y decidir en consecuencia. El niño se había refugiado en el hogar de Pablo Clemente y María Antonia Bolívar. En 1799 era «escribano originario y único» de la causa formada en Caracas contra José María España, Manuel Gual y otros comprometidos en el movimiento revolucionario conocido como conspiración de Gual y España. En 1808 participó en la llamada Conspiración de los Mantuanos.



Una crónica del periódico caraqueño El Liberal, incluida en su entrega de 16 de noviembre de 1841, describe unas exequias controversiales. No solo importan porque dan testimonio de las reacciones de la iglesia ante el establecimiento de la república laica, sino también porque concluyen el ciclo vital de Rafael Diego Mérida, el célebre Tuerto Mérida, uno de los protagonistas más tumultuosos de la Independencia.

Bolívar expresó una vez su deseo de arrancarle el ojo bueno que le quedaba: “Los negocios públicos se volverían serenos si el tuerto quedaba ciego”, dijo. La reacción no fue sino una más en la urdimbre de respuestas airadas que provocó la conducta de un personaje vinculado a la política desde 1795, cuando fue escribano de la Real Audiencia de Caracas. A partir de entonces comenzó a ganar enemistades.

Desde las funciones en la Audiencia, Mérida recogió los detalles de las acusaciones contra la intentona de Gual y España, pero se alejó de los despachos oficiales para involucrarse en la Conjura de los Mantuanos. Después hizo un viaje a Cádiz, que manchó su reputación ante los criollos más conservadores. Se alarmaron por su participación en una logia de los “Caballeros Racionales” fundada por un argentino de apellido Alvear para fomentar revoluciones en las colonias.

Como alardeaba de su pertenencia a la logia, a nadie extrañó que después trabajara como Secretario de la Sociedad Patriótica, la “casa de locos” que presionaba al congreso para que librara a Venezuela de la coyunda monárquica. Provocó entonces mucha roncha por una reacción contra Miranda, a quien motejó de calumniador. Envió un memorial de acusaciones contra el Precursor e interrumpió una sesión de la Cámara para llenarlo de improperios. Debido a los excesos de su intervención, el Presidente del Congreso ordenó que lo expulsaran del recinto y su arresto durante veinte días.

Volvió por la puerta grande después de la Campaña Admirable. Ocupó entonces el cargo de Secretario de Gracia, Justicia y Policía en el gabinete del Libertador. De la época datan unas cartas en las que amenazó con el cadalso al arzobispo de Caracas, si no publicaba una pastoral favorable a la causa republicana, y episodios que no dejaron de producir estupor. Arrojó personalmente del púlpito a dos o tres religiosos que predicaban por la gloria de Fernando VII.

Después destacó como agitador de las reuniones de exiliados que ocurrieron en Haití. Conspiró entonces contra la comandancia que aspiraba Bolívar. Aliado con José Francisco Bermúdez, no solo promovió altercados entre los oficiales del destierro. También concibió la idea de librarse de su antiguo jefe mediante procedimientos violentos que incluían el asesinato. Formó parte de la expedición de Los Cayos, pero se alejó cuando concluyó en Carúpano. No explicó los motivos de su distancia, pero se pueden desprender de los papeles que redactó en breve.

Establecido en Curazao, se dedicó a escribir libelos contra Bolívar. Lo acusó de inepto y deshonesto, a través de una catarata de tinta que remitía por correo a la tierra firme. De la fábrica se alimentó más tarde José de la Riva Agüero, presidente del Perú, para menoscabar el prestigio del Libertador en una obrita que publicó bajo el pseudónimo de Pruvonena.

Mérida regresó a Caracas luego del triunfo de Carabobo, para tratar de que se olvidaran sus intemperancias. El Vicepresidente Santander lo designó cónsul en Curazao, pero después se negó a concederle el cargo que pedía de jefe de la Tesorería de Diezmos de Caracas. Cuando solicitó la posición, aseguró que se había arrepentido de sus injurias contra El Libertador. Volvió a las andadas en un impreso titulado Angustias de Colombia en 1828, debido al cual Páez lo suspendió del cargo consular y le prohibió la entrada a Venezuela. Bolívar aplaudió la decisión, en carta llena de regocijo por lo que consideró como medida sanitaria. El Tuerto retornó a Caracas en 1839, para sobrevivir en un oscuro rincón que casi nadie del futuro ha querido visitar y del cual lo sacamos ahora gracias a la polémica provocada por su entierro.

El 2 de noviembre de 1841, el ciudadano Gerónimo Méndez se presentó ante J. Aguado de Suárez, Provisor y Vicario General de la diócesis de Caracas, para llenar los trámites conducentes al entierro de su suegro, Rafael Diego Mérida. El Provisor negó la solicitud y se apresuró a impedir que el cadáver fuese inhumado en el cementerio general. ¿Por qué? Mérida, de acuerdo con las razones del prelado, murió sin aceptar la administración de los sacramentos, pese a los ruegos de algunos sacerdotes piadosos.

El Provisor envió oficio al celador del cementerio, para que impidiera las labores de sepelio:

“En caso de que por alguna autoridad civil se le mande recibir y enterrar el cadáver de Diego Mérida, me dará inmediatamente parte de esto; y no le dará sepultura, sino que lo dejará fuera del cementerio hasta que se le prevenga a usted otra cosa.”

Mientras el religioso enviaba la conminación, Méndez se presentó ante el Jefe Político con el Reglamento de Policía expedido en 1834. En atención al Reglamento de Policía, como se habían prohibido las inhumaciones en las bóvedas de los templos y en los campos de las inmediaciones, todos los cadáveres se deberían enterrar en el cementerio de la ciudad con la debida prisa y según prevenciones sanitarias. El incumplimiento de la orden acarrearía una multa de doce pesos. Con la regulación frente a sus ojos, el Jefe Político autorizó el depósito de los restos mortales en la parcela que correspondiese. Cumplida su faena y para explicarse ante el Provisor, el celador recordó la obligación que tenía de atender las disposiciones de la autoridad civil: “Yo como súbdito suyo no hallé otro remedio que obedecer al inmediato jefe bajo cuyas órdenes estoy”.

El Provisor no se dio por vencido. Solicitó ante el Jefe Político la exhumación del cadáver. Los parientes del difunto, para evitar lo que consideraron como una vejación, se atrevieron a argumentar la demencia del moribundo. El famoso tuerto Mérida se había negado a recibir la extremaunción porque había perdido la chaveta, aseguraron. Nada extraño en la carrera de un personaje habituado a nadar contra la corriente. Se había refugiado en la insania para continuar sus andanzas después de la muerte. Podía ser, decía la gente después de hacer memoria de las obras del insólito luchador. No obstante, el sacerdote sacó una nueva carta de la manga de su sotana.

Había una razón superior para arrojar del camposanto los despojos, proclamó: por escribir contra los dogmas de la religión cristiana, Mérida había sido excomulgado en 1816. Un individuo públicamente segregado del cuerpo místico de Cristo no podía dormir el sueño eterno en tierra consagrada. El Jefe Político prefirió guardar silencio frente al manejo, pero ordenó al celador que se abstuviera de hacer movimientos en el túmulo recién habitado

Fue entonces cuando los redactores de El Liberal quisieron participar con una primera aproximación que, sin detenerse en los aspectos de fondo, arremetió contra la argucia. Aseguraron que no se conservaba en los archivos eclesiásticos ninguna referencia a un decreto de excomunión contra el tuerto Mérida, ni que se había colocado entonces en las puertas de los templos una copia de la suprema condena, como se estilaba en la época. Después se animaron a profundizar en el arduo tema.

Afirmaron, en primer lugar:

“Damos por sentado que haya existido excomunión contra el difunto Mérida, que haya muerto en sano juicio e impenitente, y que se pretenda por la Curia eclesiástica la exhumación del cadáver en conformidad con los Cánones. ¿Y podrá conseguirlo? Parécenos que no: dependiendo el cementerio general única y exclusivamente de la policía, y no pudiendo ni debiendo exhumarse los cadáveres por disposición de otra autoridad que de la civil, para lo cual no pueden ser admisibles los motivos en que se funde el procedimiento de la autoridad eclesiástica obrando ella con arreglo a los Cánones que están en oposición con las leyes de la república.”

Y más adelante:

“Para juzgar si hay abuso en caso de negativa de sepultura por un sacerdote, es preciso distinguir lo que toca a los oficios y ceremonias religiosas de lo que toca propiamente a la administración. En cuanto a lo primero, es enteramente potestativo al sacerdote negarlos o concederlos. En este respecto no puede haber abuso. Pero en cuanto a la inhumación o depósito de los cadáveres en el cementerio, siendo la policía de ellos exclusivamente de las atribuciones de la autoridad municipal, la oposición del sacerdote a que el cuerpo sea colocado en el lugar designado para ello por la autoridad competente, o la acción de hacerle depositar en un lugar impropio y no bendito, constituye un abuso que debe reprimirse.”

El suceso que hoy rescatamos da cuenta de los esfuerzos de la república laica para imponerse frente a un poder respetado desde el período colonial, o de cómo ese poder trata de arreglárselas para mantener su influjo. Según se desprende de lo que debe considerarse como un trámite de rutina en situaciones de normal convivencia, en cuyo molde cada quien sabe a qué atenerse, los esfuerzos para el establecimiento de una colectividad liberal desconocida hasta entonces desembocan en escaramuzas inesperadas, en situaciones de incertidumbre de la cuales dependen destinos importantes para las personas. Para meter en cintura el dominio espiritual, como sucede después, se debió primero atender a satisfacción un asunto como este de 1841.

No deja de ser curioso que el hecho girara en torno a don Rafael Diego, el pertinaz personaje que puso en jaque a las autoridades de su tiempo, aún a la que ascendió a la cima de las estatuas. Quizá no solo fuera aquello un pleito entre potestades, sino también ocasión de pasarle factura al Tuerto Mérida por su actitud contra Miranda, por sus cartas contra el arzobispo, por echar del púlpito a unos curas que nadie recuerda y por su encono contra el Libertador. De ser así, en el refugio del féretro también le cumplió a su fama.



Autor: Elias Pino Iturrieta

Fuente:https://prodavinci.com/el-tuerto-merida-sin-paz-ni-en-el-sepulcro/


lunes, 23 de enero de 2023

23 de enero de 1958: El Gobierno Provisorio bajo la “sombra” de la asonada.

 

 Parte I

23 de enero de 1958, el gobierno del General Marcos Pérez Jiménez, quien ostenta la silla presidencial desde diciembre de 1952 llega a su fin.

La expresión del título es un apunte del historiador Elías Pino Iturrieta ante las imprecisiones en la lectura histórica sobre la fecha en que la última dictadura venezolana del siglo XX cayó. “Se trató de un movimiento esencialmente militar"
Imagen: La expresión del título es un apunte del historiador Elías Pino Iturrieta ante las imprecisiones en la lectura histórica sobre la fecha en que la última dictadura venezolana del siglo XX cayó. “Se trató de un movimiento esencialmente militar"

Pérez Jiménez, el presidente más polémico del siglo XX venezolano es quién rompe este siglo a la mitad, hay en Venezuela un antes y un después de su gobierno.

Los primeros días de 1958 comienzan con turbulencia pues el día 1 de enero, oficiales de la aviación intentan bombardear el palacio y el Coronel Hugo Trejo se rebela en Maracay pidiendo la renuncia del presidente, fracasando en la intentona.

El día 9 sectores de la Armada intentan una sublevación que logra evitarse por una negociación, siendo cambiado el gabinete el 10 de enero. Está claro, las Fuerzas Armadas Nacionales están fracturadas.

Estas fracturas dentro de la columna vertebral del gobierno venezolano darán como resultado el 23 de enero de 1958 y la salida de Pérez Jiménez del poder.

Ese 23 de enero en la madrugada es ametrallada la residencia del presidente en El Paraíso, Caracas. Pérez Jiménez y sus hombres de confianza se presentan en Miraflores para analizar la situación. No hay mucho que discutir, se han sublevado los cadetes de la Academia Militar y el alto mando militar le propone al presidente bombardear la academia para terminar la insurrección, según el Mayor Víctor Maldonado, presente en la reunión, Pérez Jiménez ordena a sus edecanes la planificación del vuelo para salir del país seguida de la frase: "Yo no mato cadetes".

"Muchas horas después de la salida de Pérez Jiménez es donde se dan los ya conocidos eventos de calle, entre saqueos muertos producto de la anarquía, vacío de poder y el desorden del populismo" Indicando subliminalmente, LA CULPA ES DE AD.


Parte II

El Gobierno Provisorio: Bajo la “sombra” de la asonada

Por Dr. Pedro G. Itriago Camejo

La evidencia empírica pareciese confirmar que todo gobierno en Venezuela, al menos desde que somos República, nace bajo la “sombra” de la asonada y, por ende, al acecho de los conspiradores, sobre todo si se trata de gobiernos “de facto”. En este orden de ideas, entre 1945 y 1958, en Venezuela se vivió un proceso que no deja de ser interesante. El 18 de octubre de 1945 un gobierno “de jure” fue sustituido por un gobierno “de facto”. Ese gobierno “de facto” terminó entregándole el mando, en 1948, al gobierno que surgió de la constitucionalidad de 1947, siendo en consecuencia aquel que recibe “de jure”.

Imagen: 24 de noviembre de 1948. Contradicción en la oposición. Entre los justificativos del golpe al gobierno de Rómulo Gallegos estuvo la belicosidad de la fracción extremista de AD y maniobras para dominar a las Fuerzas Armadas


El 24 de noviembre de 1948, el gobierno “de jure” que surgiese en 1947, es sustituido por un gobierno “de facto”. Y en 1953, en virtud de la constitucionalidad creada entre 1952 y 1953, surge un gobierno “de jure” que, el 23 de enero de 1958, por abandono del cargo del “Presidente Constitucional de la República”, es sustituido por un gobierno “de facto”. De manera que entre 1945 y 1958, el gobierno de Venezuela pasa de una situación “de facto” a una situación “de jure” y de una situación “de jure” a una situación “de facto”. Una suerte de ritmo pendular que se detuvo, aparentemente, a finales de 1962 y hasta comienzos de 1992, sí se considera el tiempo de la insurrección armada guerrillera más como un conflicto militar de baja intensidad, que como una conspiración de naturaleza civil-militar.

En todo caso, el “Gobierno Provisorio” de 1958, “de facto” en su origen, no fue la excepción del período. El 23 de julio de ese año y luego el 7 de septiembre con mayor intensidad, fue objeto de dos asonadas. La primera, el 23 de julio, acaudillada por el propio Ministro de la Defensa de entonces, el General Jesús María Castro León, a quien sus compañeros de armas apodaran entonces “El Cabo”. Como una muestra del “oficio paralelo” que Castro León (según el Contralmirante Larrazábal) ha tenido desde que egresó de las aulas de la Escuela de Aviación Militar [1], el díscolo oficial intenta una vez más “tomar el poder político”.

Descendiente directo del GeneralCipriano Castro, más específicamente, siendo su nieto, el General Castro León hizo parte de cuanta conspiración, asonada (o intento de ella) se hiciese pública (o fuese soterrada) al interior de las Fuerzas Armadas. En esta oportunidad, estuvo a punto de involucrar a buena parte de la oficialidad de la institución armada, en un momento dónde la ausencia de Pérez Jiménez (quien se habría marchado intempestivamente de Venezuela como solía decir la letra de una afamada canción peruana más reciente “sin adiós, ni despedida”), hubiese dejado un “vacío militar y presidencial” que Castro León acaso se creyese con legítimo derecho de llenar, aun estando de acuerdo todo el Alto Mando Militar (aquel que había terminado formándose, a saber, el Coronel Pedro José Quevedo, el Coronel Roberto Casanova, el Coronel Abel Romero Villate y el Coronel Carlos LuisAraque) en escoger al Contralmirante Larrazábal para que ocupara el cargo de Primer Mandatario Nacional, en virtud de ser entonces el oficial de más alto rango, más antiguo y en servicio activo para la madrugada del 23 de enero de 1958.

Castro desoyó esa voz y pretendió prorrumpir en el escenario, por medio de la fuerza y en uso de su proverbial impostura golpista, a los pocos meses de instalada la Junta de Gobierno, tras una “crisis militar” que se le presentase al Gobierno Provisorio. “Puesto a buen recaudo”, renuncia a la cartera de defensa y abandona el país [2]. Repetirá su “periplo conspirativo”, en 1960 y por última vez en su vida. Su temperamento levantisco lo llevará a los brazos de la muerte: morirá preso en el Cuartel San Carlos, en circunstancias que algunos autores consideran obscuras.

La segunda, la del 7 de septiembre de 1958, tiene por detrás al Coronel Hugo Trejo y como caras visibles al Teniente Coronel Juan de Dios Moncada Vidal, a los  Mayores Hely Mendoza Méndez y Luis Alberto Vivas Ramírez, así como entre otros oficiales subalternos, a los Tenientes Manuel Silva Guillén y Víctor Gabaldón. Se trata de una insurrección del batallón de Policía Militar que involucra, además, elementos de la Policía Municipal de Caracas. Trejo no participó directamente porque había sido “convenientemente” designado por Larrazábal “Embajador de Venezuela en Costa Rica”, el 27 de abril de ese mismo año, a resultas de lo cual el “inquieto” militar hubo de salir del país “raudamente” para cumplir su “diplomática” misión. Es esta la asonada a que (por su magnitud y parecido con otra más reciente) nos referiremos en detalle en las próximas líneas.

Imagen: Coronel Hugo Trejo

En la madrugada del 7 de septiembre, el Coronel Pedro José Quevedo, oficial del Ejército miembro de la Junta de Gobierno, recibe una llamada telefónica del Coronel Rafael Arráez Morles, Jefe de la Policía de Caracas, en la que le informa “… que efectivos de la Escuela de Policía de El Junquito se habían desplazado sobre Caracas por orden del Director de dicha Escuela, Mayor Luis Alberto Vivas Ramírez y al mando del Teniente Manuel Silva Guillén, con el objeto de tomar las radiodifusoras y como inicio de una rebelión armada.”[3] Arráez Morles es claro: se está iniciando una rebelión y es armada.

Más tarde, luego de las 03:30 horas, el Coronel Arráez Morles informa al Coronel Quevedo, quien en el Palacio Blanco ya se encuentra con los Doctores Numa Quevedo, Ministro de Relaciones, y Julio Diez, Gobernador del Distrito Federal, que las radiodifusoras han sido rescatadas por unidades de la Policía Militar, poniendo bajo arresto a los alumnos de la Policía Municipal que estaban custodiando las instalaciones de esos medios. El Coronel Quevedo se ha puesto en contacto con otros mandos militares del país, así como con el Coronel Marco Aurelio Moros, Comandante General del Ejército, para determinar la magnitud de la insurrección. Sin embargo, llama poderosamente la atención del oficial trujillano que sean, precisamente, las tropas de la Policía Militar, las que hayan rescatado las radiodifusoras, si aún los alumnos de la Escuela de Policía no se habían aproximado a sus objetivos, según información que el mando militar consultado le hace llegar.

Imagen: General de División Pedro José Quevedo

Es así como el Coronel Quevedo se apercibe que se trata de una “maniobra de diversión” para confundir a los mandos militares leales a la Junta. El Doctor Numa Quevedo relata: “La situación, sin duda, aparecía sumamente confusa y peligrosa por cuanto se desconocía el verdadero alcance del movimiento militar…”[4] Estando en las cavilaciones propias del momento y en el acometimiento simultáneo de las coordinaciones militares respectivas, el Teniente Víctor Gabaldón, al mando de una unidad de tanques, rodea el Palacio Blanco y conmina a rendición a los miembros de la Junta allí reunidos, so pena de bombardear la instalación si no recibe respuesta en minutos. Ante la negativa de los ocupantes de Palacio de rendirse, el Teniente Gabaldón insiste y el Doctor Quevedo relata: “Por dos veces más el oficial rebelde insistió en la rendición y en actitud agresiva dirigió los cañones de los tanques contra el edificio, diciendo haber reconocido ya la nueva Junta de Gobierno y pidiendo igualmente que ésta fuera reconocida por el Coronel Quevedo y sus asesores.”[5] La respuesta del Coronel Quevedo es terminante: “…no hay más Junta de Gobierno que la que viene actuando desde el 23 de enero con el apoyo del Ejército y el pueblo venezolanos. De aquí nos sacan muertos.”[6]

El General Josué López Henríquez, quien desde el 24 de julio de ese año ha sustituido al General Castro León en el Ministerio de la Defensa, está “rodeado” también en el Palacio Blanco. Y en consecuencia, narra el Doctor Quevedo: “Ante la gravedad de la situación y la necesidad de que el Ministro de la Defensa pudiera actuar libremente en otro Comando, el General López Henríquez pudo evadirse por el ascensor que da hacia el garaje del Palacio y ordenó a una de las radiopatrullas que lo condujera a sitio seguro.”[7]

El cuartel de la Policía Militar dónde tienen origen las órdenes y movimientos de los insurrectos, a las 0500 horas de la mañana, del mismo 7 de septiembre, es finalmente recuperado por un grupo de oficiales leales y es puesto preso el Mayor Hely Mendoza Méndez. Y continúa relatando en Dr. Quevedo: “Ya en poder del Gobierno el cuartel sublevado, se ordenó el retiro de los tanques que apuntaron hacia el Palacio Blanco y ante el fracaso de la intentona, el Coronel Quevedo se dispuso a elaborar un mensaje a la nación, informándola de lo acontecido y particularmente del restablecimiento total del orden, todo lo cual se había logrado a las seis de la mañana.”[8]

Pero lo que ocurrió después es lo que tiene un interesante parecido con los acontecimientos que han ocurrido en más recientes fechas en Venezuela y cuyos actores, reiteramos, insisten en llamar “evento único en nuestra historia patria”. Dejemos que sea uno de sus protagonistas, el Doctor Numa Quevedo, quien además ha estado haciendo el relato de los hechos, quien describa los acontecimientos a partir de las 0600 horas:

“Miles de personas se aglomeraron frente al Palacio Blanco y ante una gigantesca manifestación el Coronel Quevedo y los Doctores Numa Quevedo y Julio Diez, explicaron el desarrollo de los acontecimientos y el total dominio de la situación. En igual forma lo hicieron el Doctor Sosa y los Ministros que lo acompañaban. Desgraciadamente, por lamentable confusión que se atribuye al descuido de un guardia quien se le fue un disparo, hubo violentos tiroteos y ráfagas de ametralladora, resultando, dolorosamente, muertos y heridos civiles. Luego, entre otras cosas, por la acción de franco-tiradores apostados en edificios cercanos al Palacio Blanco, a quienes se considera agentes del pérezjimenismo, se produjeron otras descargas de las que surgieron más víctimas, inclusive de la Marina y de la Policía Militar.”[9]

La descripción del Dr. Quevedo es gráfica. Una “manifestación gigantesca”, “ministros que se dirigen a la multitud” lo cual implica un apoyo mayoritario de la población a la Junta en funciones. Desgraciadamente, la “acción de francotiradores” y “un disparo accidental” producen “ráfagas de ametralladora” con saldo de muertos heridos que terminan empañando la jornada, sin bajas que lamentar hasta ese momento. Pero, en medio de todos estos acontecimientos, ¿Dónde está el Presidente de la Junta? Según relata el Doctor Quevedo, el Almirante-Presidente viene en camino de La Guaira, específicamente de la residencia presidencial de La Guzmania, dónde había permanecido pendiente del desarrollo de estos aciagos eventos y “… desde dónde, en vibrantes y emocionadas palabras, se dirigió al pueblo e impartió todas las órdenes militares concernientes.”[10]

Imagen: Integrantes de la Junta de Gobierno, Coronel Pedro José Quevedo, Edgar Sanabria, Wolfgang Larrazábal.


El Almirante Larrazábal, arriba a las inmediaciones y luego al propio Palacio Blanco; respecto de esas incidencias, relata el Dr. Quevedo:

“Fue recibido por una gran manifestación popular junto con el doctor Sanabria, el coronel Araque y los Ministros que lo acompañaban en su gira por el interior. Dando gran muestra de fe y confianza, bajaron del automóvil y caminaron hacia la Avenida Sucre. Allí tomaron de nuevo sus vehículos y entraron al Palacio Blanco en medio de cerradas descargas de fusilería que nuevamente provocaban las imprudencias señaladas.”[11]

De nuevo un conjunto de actos de habla que remite al apoyo generalizado de la población que circunda el Palacio. El Almirante Larrazábal es recibido por “una gran manifestación popular” a la que el Presidente “dando gran muestra de fe” acompaña caminando por la Avenida Sucre, aledaña al Palacio, para retomar la marcha en vehículo. “Cerradas descargas de fusilería” señalan su entrada triunfal, ocasionando en el ínterin “las imprudencias ya señaladas”. Y culmina su narración el Doctor Quevedo:

“Desde el balcón del Palacio, el Contralmirante Larrazábal se dirigió al pueblo, anunció el merecido castigo para los culpables, habló de las medidas civiles y militares que tomaría el Gobierno, exigió calma y serenidad de ánimo, y la multitud, que tiene fe y confianza en la palabra del Presidente de la Junta de Gobierno, lo escuchó con entusiasmo y respeto aplaudiendo sus intervenciones. El Contralmirante estableció contactos con todas las fuerzas militares del país, conversó con los dirigentes políticos y sindicales y pidió luego al pueblo que se retirara a sus casas para evitar incidentes callejeros, el cual, como siempre, atendió al llamado del Presidente de la Junta de Gobierno.”[12]

El Presidente le habla al pueblo “desde el balcón de Palacio”, quien lo escucha con “entusiasmo y respeto, aplaudiendo sus intervenciones”; anuncia medidas, distribuye culpas pero exige “serenidad y calma” a ese mismo pueblo que lo acompaña. Finalmente, les pide se retiren a sus casas “para evitar incidentes”. Previamente ha conversado con líderes políticos y dirigentes sindicales, y establecido contacto con las fuerzas militares. El país ha regresado a la calma. La Junta ha triunfado y salido de la “sombra” de una asonada más. Según el Doctor Quevedo, fundamentalmente porque la gente tiene “fe y confianza en la palabra del Presidente de la Junta de Gobierno”.

El país será conducido por esta Junta de Gobierno hacia un proceso electoral que finalmente tendrá lugar el último mes de 1958. Pero, aún en paz, habrá que establecer acciones que la Junta (particularmente el Ministerio de Relaciones Interiores) definirá como “Medidas de Alta Policía”. Y esta asonada, así como tales medidas, generarán “culpas y culpables” y de esas “culpabilidades” vendrán por retruque más “señalamientos” algunos de los cuales se materializarán en acciones legales inusitadas pero contundentes. De esas “culpas”, “culpables” y sus resultados, hablaremos en nuestro próximo artículo. Mientras, la clepsidra política sigue decantando arena del pasado, una arena de brillos y matices sorprendentemente parecidos a aquellos de un presente próximo. ¿Genio y figura?

[1] “Yo conocía desde hacía mucho tiempo a Castro León; en Washington estuvimos juntos y tuvimos problemas, cosas que suceden en la vida militar y de las cuales no tenemos por qué quejarnos. Castro León fue un hombre que le gustó conspirar siempre, de teniente, de mayor, de coronel, a Castro León le gustaba conspirar.” Entrevista realizada al Vicealmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto por el Capitán de Navío Jairo Bracho Palma, en 1996 y publicada en su libro “Hombres de Hierro” en la sección correspondiente a la biografía del Almirante Larrazábal. Recuperado de internet en https://issuu.com/historianaval/docs/hombres_de_hierro.

[2] “Mira cabo, me has llamado dos veces, qué te pasa”… “Almirante que estoy alzado…” Wolfgang ríe…”Cómo que estás alzado, qué cuestión es esa, quién se va a alzar en este país, deja la tontería chico…” Entrevista realizada por el Capitán de Navío Jairo Bracho Palma al Embajador Carlos Tayhalrdat, quien fungiese, con el grado de Teniente de Navío, como ayudante del Almirante Larrazábal como Presidente de la Junta de Gobierno. Tayhlardat presenció la conversación citada. Recuperado de internet en https://issuu.com/historianaval/docs/hombres_de_hierro.

[3] Quevedo, Numa; El gobierno provisorio. 1958. PENSAMIENTO VIVO. LIBBRERIA HISTORIA. Caracas, 1963. Pág.200.

[4] Quevedo…Op.Cit…Pág. 201.

[5] Quevedo…Idem…Pág.201.

[6] Quevedo…Idem…Pág.201.

[7] Quevedo…Idem…Pág.201.

[8] Quevedo…Idem…Pág.202.

[9] Quevedo…Idem…Pág.202. Aquí sobreviene una pregunta. ¿Fueron “únicos en la historia patria” los eventos el 11 de abril de 2002? “…muertos y heridos civiles…”; “…acción de franco-tiradores…”; “…gigantesca manifestación frente al Palacio Blanco…”; más víctimas, inclusive personal de tropa. Militares y ministros que se dirigen a la multitud para explicar “…el desarrollo de los acontecimientos…”. Interesante el contenido de tales ilocuciones…

[10] Quevedo…Idem…Pág.203.

[11] Quevedo…Idem…Pág.203.

[12] Quevedo…Idem…Pág.203. De nuevo sobreviene una pregunta equivalente a la del pie de página N°9: ¿Fueron “únicos en nuestra historia patria” los eventos del 12 y 13 de abril  de 2002? El Presidente “recibido por una multitud”; “camina junto a la gente” y se da un baño de pueblo. Recibido entre vítores por las tropas que lo custodian. “Establece contacto con los mandos militares afectos”, “dirigentes políticos y sindicales que lo apoyan” y “le habla al pueblo desde el balcón de Palacio” pidiéndole “calma y serenidad de ánimo” y conminándolo que se retire a sus casas, para evitar incidentes.