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miércoles, 14 de octubre de 2020

Carlos Pinto

 Jesús Rafael (Chucho) Saume Barrios

(Transcripción de Elías Charlita García)


Continuando con el reportaje que sobre Carlos Pinto publicó Alfredo Armas Alfomzo, presentamos el testimonio que al escritor le ofreció el también célebre Jesús Saume Barrios.

Disfrútenlo.

Historiador, Cronista. Autor de la obra "Algo de Guanape" (Grafindustrial Aragua, abril de 1979), empresario comercial, residenciado en Maracay. Su otra obra fue Silleta de Cuero.


-Yo guardo de Carlos Pinto una imagen inolvidable: un hombre con un slack blanco, de cachucha, y con unos lentes puestos de esos grandes de montura gruesa como los que usaba el propio Charles Lindbergh cuyo retrato difundieron las agencias internacionales de noticias cuando el aviador norteamericano realizó la proeza de cruzar el océano Atlántico, solo, en un viaje sin escalas,  por primera vez en la historia aeronaútica del mundo. Esos retratos aparecieron en "El Nuevo Diario", "El Universal", "La Esfera" y "La Religión", y cualquier muchacho se dejaba llevar de la imaginación.

-Carlos Pinto también los llevaba no sobre los ojos sino encima de la cachucha, sobre la visera.

-Se paseaba por las calles de Guanape en un descapotable grande, él al volante regalando sonrisas como si fuese el de la hazaña famosa bajando de su avión en el aeropuerto de París.

-Siempre fue un espectáculo. La otra vez que me acuerde fue aquella cuando se paró en El Mamey, la hacienda del viejo Barrios, en un carro grande que echaba mucho humo y levantando polvo. Venía de Guaribe Tenepe, de San José de Guaribe. Siempre iba y venía de aquí para allá.

-Lo volví a encontrar cuando yo me empleé en el negocio mercantil del coronel Pedro Pablo Gonzalo, en Puerto Píritu, y Carlos Pinto iba a comprar los artículos para una bodeguita que él tenía en el campo. Siempre se llevaba media caja de sardinas (24 latas), media caja de salmón, media caja de velas, media caja de añil, media caja de pólvora Indian que venía en laticas redondas, rojas, en cuñeticos que llamaban; un saco de guáimaros desde el calibre más fino hasta el guáimaro tigrero. Esas municiones venían en bolsitas de doce kilos y medio.

-Siempre venía en el camión de Maturrero, y con el mismo Santos Maturrero se llevaba la mercancía.

-Tenía la piel colorada y nunca aflojó la cachucha, que se la tiraba para atrás.

-Movía la prótesis continuamente; en la de arriba lucía un diente de oro, pero de ese oro que era amarillo.

-Yo me fui a trabajar con el coronel Gonzalo en abril de 1941 y estuve con él hasta finales de 1945 en el negocio. Esos eran los años.

-En todos nuestros recuerdos de aquel tiempo se aparece Carlos Pinto. Nunca faltó a las fiestas de Guanape y nunca debió perderse

las fiestas de Uchire, las del Valle, las de todos estos pueblos, aunque creo que él no salió más allá de Guaribe por este lado.

-Una vez se le adelantó un negrote cojonudo y bandido e instaló su cámara en la plaza. Ahí estaba en su negocio hasta que llegó Pinto y todo el mundo fue con él. Se le acabó pués su negocio al negro.

-La cámara tenía pintadas las patas de colorado, la caja era amarilla y azul, toda cubierta por los lados con las fotos. Al frente llevaba una fotico, que debía ser él, arriba, de un lado. Se terciaba el trípode al hombro, el balde en una mano, el pañito sucio colgado del mismo brazo. Así iba de la posada hasta la esquina de la casa de las Díaz donde se ponía.

-Cobraba tres bolívares, corrijo, dos bolívares cuando mucho, que era mucho real entonces y por eso todo el mundo no podía retratarse.

 -No se emborrachaba. Nunca.

-En el solar de Alejandro Sarmiento fue que pasó la película "La confesión de un sacerdote".

-La primera película parlante que Carlos Pinto llevó a Guanape fue "Congoja". La función fue en la casa de la jefatura donde después pusieron el dispensario. Había un escudo nacional grabado en el piso de cemento. Ahí en el dispensario tenía el cine Pinto. Ahí vimos también una película donde aparecía el lago de Xochimilco y cantaban canciones mexicanas que le gustaban mucho a las gentes. Los primeros charros que uno conoció. Juan Arvizu cantaba en "Congoja".

En la crónica sobre las fiestas patronales de Guanape del libro " Algo de Guanape", Jesús Saume Barrios describe al personaje:

"Carlos Pinto, el fotógrafo más conocido de todos los pueblos de la parte noroeste del estado Anzoátegui, está instalado con su máquina de retratar al minuto en la acera de las Díaz. Son muchos los que esperan turno para posar sentados en una silla de esterilla que siempre le facilitaban las dueñas de la casa. Una palmera a la orilla de un riachuelo con dos garcitas topándose los picos pintados en un lienzo de hule, era el fondo con que quedarían grabadas todas las fotos de Carlos Pinto en esa fiesta de 1938. Por la tarde estaría con una Limonsina Ford paseando a la gente desde Boquemonte hasta Las Tejerías y las Varas. Un real los mayores y medio los muchachos era la tarifa."


Link de la publicación original:

https://www.facebook.com/algunasfamilias/photos/continuando-con-el-reportaje-que-sobre-carlos-pinto-escribi%C3%B3-alfredo-armas-alfon/10150321562714387/

Jesús Ramón “Moncho” Trías Valera

Por Juan R. Aguilarte T.


Hoy es uno de los últimos sobrevivientes de una camada de prohombres que supieron interpretar las señales de su tiempo, que lograron sembrar su nombre en la historia regional

El pasado sábado 16 de enero cumplió 92 años Jesús Ramón Trías Valera. Venido de las tierras de El Pilar en el municipio Simón Bolívar se asentó a muy temprana edad en el centro de la capital junto a sus padres y hermanos.

Hijo de Don Eusebio Trías y Doña Ernestina Valera Herrera, esta última conocida por su profunda inclinación católica y su dedicación a la formación religiosa.

Desde muy temprano Jesús Ramón dio a conocer sus dotes innatos para las matemáticas, los negocios y la política. Sus estudios de primaria, para aquella época muy exigente, los realizó en la Escuela Federal para varones, embrión de lo que sería más tarde conocido como el liceo Juan Manuel Cajigal.

Con apenas 16 años, y ante la difícil situación económica familiar, aceptó el cargo de maestro en la población de Sabana de Uchire, en la zona oeste de Anzoátegui. De regreso a la capital del estado incursionó en el mundo de los negocios, la política y lo gremial. Contrajo nupcias con Clara Rosa Centeno, formando una numerosa familia con hijos, nietos y bisnietos.

En lo primero, su gran obra: “Comercial Trías Valera”, una de las más grandes ferreterías del oriente del país, se mantuvo desde 1945 hasta 1998 cuando un voraz incendio la consumió totalmente.

En lo político formó filas junto a Domingo Guzmán Lander, Bello Valera y Domínguez Chacín en el partido de Jóvito Villalba de URD. Fue concejal y presidente del concejo municipal de Barcelona en los inicios de la era democrática.

Internamente se cuadró con Alirio Ugarte Pelayo y una vez desaparecido este prestigioso líder, se alejó del partido amarillo y se ha mantenido independiente cercano al socialcristianismo desde entonces.

En el mundo gremial es donde más prolífica ha sido su actuación. Miembro fundador de la cámara de comercio de Barcelona, miembro fundador de la sociedad de amigos de la Universidad de Oriente (SACEUDO) núcleo originario de la UDO, miembro fundador de Corporiente, miembro fundador de Caztor, Fundador del Club de Leones de Barcelona y del Country Club de Puerto la Cruz.

Son muchos los campos donde incursionó, siempre preocupado por los destinos de su querida Barcelona.

Hoy es uno de los últimos sobrevivientes de una camada de prohombres que supieron interpretar las señales de su tiempo, que lograron de alguna manera sembrar su nombre en la historia regional.

En buena forma física y mental es un testimonio fiel de los avances y retrocesos de la ciudad capital del municipio Simón Bolívar.

Un libro abierto para quien quiera conocer la verdadera historia regional desde 1941 hasta nuestros días. Con sus relatos es fácil revivir en imágenes los grandes acontecimientos que le ha tocado vivir a la ciudad.

El Barcelonazo en 1962 y la inundación en 1970 cobran vida en sus narraciones como si fueran parte de su existencia.

Son noventa y dos años bien vividos, con constancia y disciplina, las mismas que lo obligan a seguir, levantarse temprano en la mañana para dirigirse como lo hace desde 1945 a su sitio, a su “negocio” que, bajo otro nombre y justo detrás de donde hiciera historia “Comercial Trías Valera”, lo espera mañana y tarde, como espera el puerto al marinero, las aves al atardecer o los peces a la atarraya de los humildes pescadores.

Moncho Trías Valera un ejemplo de rectitud, de lucha y de valor para sus hijos y nietos, un ejemplo para quienes triunfan a base de sacrificio y de sus propios esfuerzos.

sábado, 10 de octubre de 2020

APUNTES PARA LA GENEALOGÍA DEL GENERAL CIPRIANO CASTRO

 Por Oldman Botello


En 1856 se efectuó el matrimonio de don José del Carmen Castro, hijo de Melecio Contreras y Bernarda Castro y fallecido en 1915 y doña Pelagia Ruíz Becerra, ambos campesinos de Capacho Viejo, estado Táchira, residentes en Las Lomas o Lomas Altas, frente a Capacho, valle estrecho por medio. Las dos únicas fotos que se conocen de don Carmelito y que datan de principios del siglo XX presentan a un hombre corpulento, de enmarañada y larga barba bíblica. De la unión Castro-Ruíz nacieron:

Don Carmelito Castro

Celestino Castro Ruíz, nació en Capacho el 9 de abril de 1856 y murió exiliado en Cúcuta el 30 de agosto de 1924, meses antes de su hermano Cipriano; casó con doña Teresa Cárdenas Zambrano. Fue su hija doña Ana María Castro Cárdenas. En enero de 1922 doña Ana María estaba residenciada en Santurce, Puerto Rico mientras los padres se hallaban en Cúcuta exiliados. Don Celestino era enemigo personal irreconciliable del general Gómez desde que debió entregarle bajo protesta ante su hermano don Cipriano, la presidencia del estado Táchira en 1900. Nieves Castro Ruíz, que tomó estado con el general Evaristo Parra. Doña Nieves tenía cierta instrucción a juzgar por la letra y la buena ortografía en su correspondencia. Aprendió inglés mientras vivió en Puerto Rico. Con descendencia: Numa Pompilio Parra Castro, nacido en 1886; Caracciolo, Enriqueta, Vicente, Nicolás y otro varón Parra Castro. Laurencia (llamada Laura), casada con don Hilario Lázaro, con sucesión varias hijas. José Cipriano (Cipriano) Castro Ruíz, nació en Las Lomas el 12 de octubre de 1858, fue su padrino de bautizo don Antonio Depablos. Murió en Santurce, Puerto Rico, donde se hallaba residenciado, el 5 de diciembre de 1924. Sus restos fueron trasladados en la década del setenta del siglo XX a un panteón que le fue construido en Capacho y el 14 de febrero de 2003 al Panteón Nacional. El periodista español Eduardo Zamacois tuvo la oportunidad de entrevistarlo en Puerto Rico en 1920, y de lo que vio fijó la figura del defenestrado presidente venezolano: “… de color cobrizo (…) las piernas descarnadas, menudos los pies, el tórax angosto, las manos nerviosas, amarillas y extraordinariamente locuaces. El cuello demasiado ancho, quizás, de su camisa, exagera la delgadez avellanada del pescuezo. Lo más interesante de su figura es la cabeza macrocéfala y calva, en la que el rostro, de mejillas flacas y alargadas por una barbilla rucia, parece aplastado, devorado por el frontal alto, imperioso y enorme. Lleva los escasos cabellos, casi blancos, cortados al rape. Las orejas son grandes, los ojos, negros y terriblemente vivaces; la boca, de labios gruesos, dura, amarga, despreciativa y sensual” (cit.p.Amado, Anselmo. Gente del Táchira (II): 44-45). El general Castro tomó estado con doña Zoila Rosa Martínez, nacida en San José de Cúcuta el 24 de mayo de 1868, y fueron sus padrinos Narciso del Prado y Rosa Navarro (Libro 15 de bautismos. Cúcuta, folio 74) Falleció en Caracas en octubre de 1952. Supuestamente hija del general Juan MacPherson en doña Dolores Martínez. Casaron en Capacho Nuevo (hoy Independencia), el 11 de octubre de 1886; ofició la ceremonia el presbítero Fernando Contreras (tío del Gral. Eleazar López Contreras) y fueron testigos Francisco Pérez y doña Nieves Castro Ruíz, hermana del novio. Sin sucesión en el matrimonio. Fueron hijos naturales de don Cipriano Castro, que se conozca, el ingeniero Cipriano Domínguez, de Caracas, autor del Centro Simón Bolívar y el ingeniero Cipriano Jiménez Macías, de Valencia. (1) Clotilde, casada con el Dr. Antonio Quintero Rojas. Con descendencia. Josefa (llamada Josefita y Chepita). Casada con el general Simón Bello, tachirense. Vivía en Puerto Rico mientras el esposo estuvo preso durante ocho años y cinco meses. (2) A él lo liberaron y ella continuó en Borinquen. El general Bello debió pedir autorización al general Gómez el 2 de febrero de 1925 (ya él tenía cinco años libre, desde diciembre de 1921) para que regresara doña Josefita: “Después de saludarlo mui atentamente, vengo de nuevo a exigirle me conceda el permiso de traer a Josefita al país; como Ud. comprenderá , ya ella i yo estamos viejos i enfermos, i es nuestro deseo mui natural de reunirnos en nuestros últimos años; espero de su bondad este favor i me conteste favorablemente por lo que le quedaré eternamente agradecido”. (Archivo Oldman Botello) Doña Josefita solo pudo venir al país mucho después. En junio de 1922 parecía que todo estaba listo para el regreso y Bello pedía permiso al general para traer sus muebles y su ropa, pero no se concretó nada a juzgar por esta carta de 1925.Florinda Castro Ruiz (nombrada Flora y Flor), nació en Capacho en 1854; tomó estado con Alberto Cárdenas y fueron padres de Elenita Cárdenas Castro, que residía en Cúcuta en 1921.Consuelo Castro Ruíz, fue casada con el general Jesús Velasco Bustamante, emparentado con el general Juan Vicente Gómez y hermano del general Rafael María Velasco Bustamante, que fue gobernador de Caracas y ministro; hijo de don Ángel Ignacio Velasco Casique y María de la Cruz Bustamante. Ambos eran originalmente educadores en el Táchira antes de ingresar a la Revolución Liberal Restauradora en 1899. Hijas: Delia, Amanda y Elba Velasco Castro. Las hijas vivían en 1921 en San Cristóbal. En 1922 permanecían solteras. Delia era pianista y muy díscola; su hermana Amanda sufría la ausencia de Puerto Rico, donde se acostumbró a vivir; padecía de episodios de depresión y llanto. Creemos que de una de estas damas desciende el destacado diplomático y ex-Canciller, ya fallecido, José Alberto Zambrano Velasco, de tendencia socialcristiana.

Doña Gumersinda Moros de Castro

Don Carmelito Castro, al enviudar de doña Pelagia Ruíz en 1873 casó con doña Gumersinda Moros, de Capacho, hija adoptiva de don Jesús Moros, quien la registró con su apellido. Su padre biológico fue Nicolás González, capachero también, quien no le quiso dar su apellido. Los Moros eran posiblemente colombianos de ancestros barineses, que huyeron al vecino país durante la guerra federal. El matrimonio Castro-Moros se efectuó el 11 de febrero de 1874 y dejaron a Capacho para residenciarse en el vecindario La Victoria, al pie de la montaña de Los Indios. Fueron testigos del segundo matrimonio don Segundo Ramón Sayago y doña Julia Pacheco. (Libro de Matr. 1874, folio ilegible; Moros Manzo, 2009: 37). La novia era hermana del general Eulogio Moros, que fue uno de los sesenta hombres que cruzó el río Táchira el 23 de mayo de 1899 al comienzo de la Revolución Liberal Restauradora. Tuvo cargos militares en el castrismo y en el gomecismo. Después pasó a encargado del hato La Candelaria, que perteneció al general Castro, su cuñado y luego, desde 1914 al general Gómez por una transacción entre este y la Nación, representada por el Procurador General. (Botello, 2013) Fue su larga sucesión:

El General Castro y doña Zoila

Trino Castro Moros, Román Castro Moros, Carmelo Castro Moros (1875-1957). Con rango de general. Casó con doña María Cristina Pellicer y fueron sus hijos: Cipriano y Carmelo Castro Pellicer, casado este último con doña Lourdes Acosta, con sucesión Carmelo Castro Acosta, que nació en 1954. Hortensia Castro Moros, casada y con sucesión. Benjamín Castro Moros, José Antonio Castro Moros, María Mercedes (nombrada Mercedes) Castro Moros, Miguel Ángel Castro Moros. Tenía jerarquía de general. Ramón Castro Moros, Rafael Castro Moros, José Manuel Castro Moros, Víctor Manuel Castro Moros, Judith Castro Moros. Veintiún hijos en los dos matrimonios engendró don Carmelito Castro. Fueron hermanos de don Carmelito, don José Antonio Castro y don Florentino Pernía.

NOTA (1) A don Cipriano lo perdió su vida disoluta. Un ejemplo de ello es una carta que envía el 29 de noviembre de 1905 desde un lugar denominado La Montaña, seguramente en el Táchira, una persona que dice llamarse Natalio Hernández, amigo de juventud, quien se duele de una fallida visita del general Castro a su tierra natal y que habría dejado a su amigo y a todos “con los ojos claros y sin vista” cuando esperaba […] la presencia de mi querido Cabito en Pedernales” y le pregunta a don Cipriano con toda confianza: “¿Qué haremos ahora? Sobre todo con las diez hermosas damas, conquistadas para el parrandeo en El Roble y Los Guayos, entre ellas una……de chupe y déjeme el cabo. ¿Ya no danzaremos con ellas?

El General Castro era objeto de un seguimiento por los cónsules venezolanos en las ciudades por donde pasaba. Y no solo los cónsules, había espontáneos que metían baza para recibir después su paga. El 25 de noviembre de 1916 escribe desde San Juan de Puerto Rico el supuesto abogado y notario Cay Coll Cuchi al general Gómez, informándole: “Como usted sabe, desde hace algún tiempo llegó a San Juan Cipriano Castro. Hizo ostentación de que venía a pasar unos cuantos meses de descanso en nuestro excelente clima; pero la festinación que puso en llevar a su lado a casi todos los reportes de San Juan para que dijeran en los periódicos que por ahora no pensaba en la política de Venezuela, era lo suficiente para desconfiar de sus propósitos anunciados, aun cuando no supiéramos ninguno de sus antecedentes”. Le comunica que hasta ahora había invertido 1.200 dólares en su trabajo de investigación con la ayuda de un grupo de espías a su servicio. Si el general Gómez seguía interesado en la pesquisa le solicitaba 1.000 dólares mensuales que pedían los espías. El 9 de noviembre de 1916, el cónsul en Puerto España, Luis Felipe Calvani informa al general Gómez: “Alguien que es amigo de Carmelo Castro me dijo que éste le había informado confidencialmente que se hacen gestiones en el sentido de que a don Cipriano le cedan un parque que hay en Haití oculto, el cual fue introducido clandestinamente por ciertos jefes haitianos cuando sus dificultades con los Estados Unidos y con el propósito de resistir a los americanos. No sé qué hay de cierto en esto. Trataré de indagar […] Dicho Carmelo continúa enemistado con don Cipriano y hablando horrores de él, y hace poco me mandó a decir que como su hermano no quiere pagarle el dinero que él gastó en Barbados para salvar el parque y pagar los dos primeros años de depósito, está dispuesto a vendérselo a Ud. barato. Él está en Cúcuta”. (AOB) El 16 de octubre de 1917, el mismo cónsul Calvani escribe al general Gómez manifestándole que el gobierno trinitario notificó al general Castro que debía salir de esa isla y él estaba haciendo esfuerzos para conseguir que lo dejaran viviendo en Trinidad. Escribió al gobernador asegurando que su actitud era pacífica y prometía no mezclarse en los asuntos políticos de Venezuela; antes había estado cerca de tres años residiendo en la isla sin haber dado el más leve motivo para que se le juzgase como conspirador. El gobernador respondió que esperaba instrucciones del ministerio de Colonias inglés para proceder en consecuencia, pero que procediera a preparar su equipaje con calma. Castro aseguró se iría a Tenerife que era “la tierra donde mejor lo habían tratado”. En conversaciones con algunos amigos informó privadamente que era partidario de los aliados en la I Guerra Mundial y que al terminar ésta “vendrá la guerra civil en Venezuela, y que nuestro pueblo lo aclamará a él, porque ya se ha dado cuenta de lo que él vale y significa y lo que ha perdido con su separación del poder”. (AOB) El general Castro siempre tuvo esos arranques de megalomanía. Siendo Presidente, conversando con el general Gómez y don Antonio Pimentel en las escaleras de Miraflores, dijo “¡los ojos del mundo están fijados en mí!” y el indiscreto de don Antonio Pimentel lo atajó y replicó: “No, general. No esté creyendo eso. A usted le dan una patada por el culo y lo bajan de estas escaleras”, de lo cual se rieron todos y antes de que el general Castro dijera algo contra Pimentel, el general Gómez se lo llevó del brazo al interior del Palacio, recordando a un personaje del Táchira que mucho los hacía reír con sus salidas. La anécdota fue relatada por el propio Pimentel a don Florencio Gómez quien la contó al autor de esta genealogía.

Doña Zoila Martínez de Castro fue una honorable mujer que sufrió con estoicismo las faltas de su libidinoso esposo. A pesar de ello –al igual que doña Dominga Ortiz de Páez- lo defendió. Ella escribió a Antonio Reyes cuando este publicó su libro sobre “Presidentas” de Venezuela en 1949: “Tengo que decirle que ni yo fui tan buena como Ud. asegura ni Cipriano tan nefasto como lo describe”. Se cuenta que siendo primera dama del país y el general Gómez vicepresidente, le escribió una nota a este último donde le decía lacónicamente: “Compadre, venga para que me cape un gato”, como en los viejos tiempos del campo tachirense o de Bella Vista en Cúcuta. Años más tarde cuando regresó doña Zoila al país surgió un comentario quejumbroso de ella y el general Gómez, Presidente de la República, sacó de su guerrera en un encuentro que tuvieron en Las Delicias, Maracay, el papelito que tenía guardado tanto tiempo y le replicó mostrándole la nota: “Comadre, yo era el vicepresidente de la República” y tenía razón. El general Gómez siempre estimó a su comadre Zoila, madrina de bautismo de José Vicente Gómez Bello. En el país cada vez que visitaba al Presidente le entregaba un sobre con dinero y tenía una pensión suficiente, aparte de lo depositado en bancos por la venta de sus propiedades, la mayoría de las cuales fueron adquiridas por el general Gómez. No estaba mal doña Zoila en el exilio. Una carta del 27 de enero de 1922, de Ana María Castro Cárdenas para don Celestino Castro le informa que doña Zoila estaba en Nueva York en compañía de Ana Feliza (¿?) y “que se divierten y gozan mucho”. Se habían ido desde agosto de 1921 y no tenían fecha de regreso. En la misma carta le comunica a don Celestino que su tío Cipriano “está bien de salud, pero un poco neurasténico, que ese mal es casi general” y le añade que su tío Simón Bello está en libertad. En una carta anterior, del 4 de enero le dice a su tío Celestino: “Tengo esperanzas de verlo pronto, pues parece que Dios va [a] hacernos un gran milagro y según últimas noticias bastante frescas, al cochinito ese gordo le llegó al fin su sábado”. Se refería indudablemente al general Gómez. Esa noticia corrió como pólvora porque a mediados de 1921 el general sufrió un grave ataque de uremia que lo puso a las puertas de la tumba pero se recuperó y de allí las esperanzas de la joven Ana María. Aún restaban al mandatario trece años de vida. Doña Zoila escribió una nota desde Guaynabo, Puerto Rico, el 28 de julio de 1930 donde le recuerda el nombramiento de un cónsul, aparentemente aceptado de antemano por el general Gómez y que podría ser el de Trinidad, que necesitaba un cambio. También le recuerda un terreno cuya compra sugirió al general Gómez y propiedad de don Santiago Ibarra; con el dinero percibido, este último le cancelaría a doña Zoila unos dólares que le debía. (AOB)

NOTA (2) El general tachirense Simón Bello estaba preso desde 1913 cuando fue capturado en una invasión antigomecista por tierras falconianas mediante una trampa que le montó el Gobierno del estado y en la cual participó el ejército. Entre ellos figuró el periodista y escritor villacurano Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), al servicio del régimen. Escribió en sus Memorias de un semibárbaro que en el camarote del barco donde venía Simón Bello no encontraron armas sino unas botellas de buen brandy y unas cajas de condones. Así lo retrata Bolívar Coronado: “Hombrecito como de cincuenta años, obeso, de una vulgarísima obesidad; estatura bajita, afeitado el bigote, corto el pelo al rape, con blusa y pantalón amarillo…y tratando de asumir una actitud marcial”. (Botello, 1993: 51) Fue liberado en diciembre de 1921. Su cuñada Florinda Castro da cuenta el 5 de enero de 1922 a su hermana Consuelo cómo fue la reacción de todos cuando se supo la libertad de don Simón en Puerto Rico: “…ustedes no tienen idea de cómo fue ese momento de locura, lloros y ahogazones, pues a Josefita le dio un mal que no respiraba” (AOB) Ana María Castro Cárdenas le dice a su tío Celestino, que permanecía en Cúcuta que su tío Simón Bello “ha salido muy enfermo y gracias salió vivo”. (AOB)

 

El Mocho Hernández

 PorOldman Botello


“Rústico soñador de la libertad”, así calificó al general José Manuel Hernández otro de los antigomecistas exiliados en Cuba, Francisco Laguado Jaimes, quien a poco fue echado a los tiburones en el mar frente a La Habana por órdenes del dictador cubano Gerardo Machado. El general José Manuel Hernández, había nacido en Caracas, en la parroquia San José, de padre canario, el 23 de febrero de 1853, hijo mayor de N. Hernández y doña Rita R. de Hernández. Eran hermanos suyos Antonio José y Juan Bautista Hernández. ¿Por qué lo llamaron el Mocho? Porque en la batalla de Los Lirios, cerca de Paracotos, estado Miranda, de un machetazo en la guerra le cercenaron dos dedos de la mano derecha. Desde entonces y para siempre se le llamó el Mocho Hernández, un nuevo nombre definitivo.


Entró en la guerra a los 15 años –como todos los militares de su tiempo- en 1868, al mando inmediato del general Leoncio Quintana y superior del general José Tadeo Monagas. Continuó en la política y en la guerra hasta el fin de sus días. Pero fue un idelista o un iluso. Algunas veces estuvo en el poder pero no lo utilizó en provecho propio. Vivió en Guayana, donde se dedicó a la minería y a la política en el Yuruari, donde se le apreció. Fue liberal –aun cuando combatió a Guzmán Blanco y a los 18 años tuvo su primer exilio, en La Habana, en 1870- y en 1896 fundó el Partido Nacionalista, una derivación del liberalismo amarillo, adonde se fueron a refugiar las reliquias del conservatismo venezolano, quienes lo acompañaron hasta el fin. Partido que logró aglutinar una formidable falange en todo el país, cansado de los gobiernos y políticos liberales de todo pelaje, desde el ampuloso y prosopopéyico Guzmán Blanco hasta el buenote e insípido del general Ignacio Andrade (que nos regaló a Cipriano Castro, quien acabó definitivamente con el partido), pasando por hórridos gobiernos como los de Francisco Linares Alcántara, el gran peculador y traidor aragüeño, y el guanareño Raimundo Andueza “que se precipitó como Heliogábalo en la cloaca”, al decir de José María Vargas Vila. El partido mochista se pensaba era una panacea, pero el pueblo siempre cree que el gobierno venidero es mejor que el anterior. Nunca gobernó totalmente, sino que se le dieron pequeñas cuotas, como un caramelito.


El general José Manuel Hernández, El Mocho, o como le decían sus panegiristas, “El mutilado de Los Lirios”, combatió a todos los gobiernos, desde Crespo hasta Gómez. Se fue a Estados Unidos, vio como de desarrollaba una campaña presidencial e intentó civilizar las de Venezuela. Comenzó a repartir fotografías suyas, con una carita de yonofuí y las viejecitas de los pueblos encendías velas impetrando la ayuda divina para que llegara al solio presidencial; pero con humo no se asan jojotos. Recorrió en campaña los cuatro puntos cardinales, pero además del pueblo, sumaba a los poderosos, a los conservadores en cada lugar. Por ejemplo, en el Guárico reclutó políticamente a los Hernández Ron, Roberto Vargas y Arévalo Cedeño; en Carabobo a la godarria valenciana, a los Sagarzazu y Alzuru; en Cojedes a los ganaderos Loreto Lima, guerreros además y a los Franco; en Maracaibo a los Finol, en Caracas los Urbaneja (Diego Bautista le escribirá al Mocho unas proclamas “con su estilo”) y los Escobar Llamozas; en Amazonas a Luís Manuel Botello, señor feudal de Isla Ratón y Maipures. Cada uno de ellos tendrá puesto en la lucha desde 1896. Pero siempre perdedor. Todos iban a votar por él, pero Crespo y su gente no dejaron entrar a los mochistas al sitio del sufragio. Allí estaban los liberales crespistas con machetes y palos para dar una tunda a los osados. “No se atrevieron a presentar su ridícula minoría”, gritaba con un telegrama a Crespo desde Villa de Cura el doctor Arnaldo Morales, furibundo liberal. Y así fue.


El general Castro nombró ministro al Mocho después de sacarlo de la cárcel, adonde lo envió Andrade, después que en El Carmelero mataran a Crespo y al día siguiente de la designación se fue alzado el Mocho con el Cojo Borges. El general Gómez lo nombró miembro del Consejo de Gobierno en 1909 y en 1911 se declaró enemigo y fue a parar a Trinidad, el último destierro. Deambuló conspirando por las Antillas y Estados Unidos. Enfermo del hígado, murió casi repentinamente en Nueva York, en el Memorial Hospital, a las 2:57 de la tarde, el 22 de agosto de 1921; lo velaron en la funeraria Campbell de la calle 66 de Broadway, como a una rutilante figura, y la señora Trina de Tello confeccionó una bandera que colocó sobre el ataúd. Se le sepultó en el Calvary Cementery. Sus restos no han regresado al país y sus familiares directos están en Puerto Rico. Parientes colaterales residen en Caracas. No dejó bienes de fortuna, como sí su hijo Nicolás, próspero comerciante en La Habana, quien continuó ayudando a los eternos conspiradores, entre ellos el general Emilio Arévalo Cedeño, el gran protegido. El Mocho Hernández fue una de las figuras más populares en la política venezolana de todos los tiempos.