PorOldman Botello
“Rústico soñador de la libertad”, así calificó al general
José Manuel Hernández otro de los antigomecistas exiliados en Cuba, Francisco
Laguado Jaimes, quien a poco fue echado a los tiburones en el mar frente a La
Habana por órdenes del dictador cubano Gerardo Machado. El general José Manuel
Hernández, había nacido en Caracas, en la parroquia San José, de padre canario,
el 23 de febrero de 1853, hijo mayor de N. Hernández y doña Rita R. de
Hernández. Eran hermanos suyos Antonio José y Juan Bautista Hernández. ¿Por qué
lo llamaron el Mocho? Porque en la batalla de Los Lirios, cerca de Paracotos,
estado Miranda, de un machetazo en la guerra le cercenaron dos dedos de la mano
derecha. Desde entonces y para siempre se le llamó el Mocho Hernández, un nuevo
nombre definitivo.
Entró en la guerra a los 15 años –como todos los militares de
su tiempo- en 1868, al mando inmediato del general Leoncio Quintana y superior
del general José Tadeo Monagas. Continuó en la política y en la guerra hasta el
fin de sus días. Pero fue un idelista o un iluso. Algunas veces estuvo en el
poder pero no lo utilizó en provecho propio. Vivió en Guayana, donde se dedicó
a la minería y a la política en el Yuruari, donde se le apreció. Fue liberal
–aun cuando combatió a Guzmán Blanco y a los 18 años tuvo su primer exilio, en
La Habana, en 1870- y en 1896 fundó el Partido Nacionalista, una derivación del
liberalismo amarillo, adonde se fueron a refugiar las reliquias del
conservatismo venezolano, quienes lo acompañaron hasta el fin. Partido que
logró aglutinar una formidable falange en todo el país, cansado de los
gobiernos y políticos liberales de todo pelaje, desde el ampuloso y
prosopopéyico Guzmán Blanco hasta el buenote e insípido del general Ignacio Andrade
(que nos regaló a Cipriano Castro, quien acabó definitivamente con el partido),
pasando por hórridos gobiernos como los de Francisco Linares Alcántara, el gran
peculador y traidor aragüeño, y el guanareño Raimundo Andueza “que se precipitó
como Heliogábalo en la cloaca”, al decir de José María Vargas Vila. El partido
mochista se pensaba era una panacea, pero el pueblo siempre cree que el
gobierno venidero es mejor que el anterior. Nunca gobernó totalmente, sino que
se le dieron pequeñas cuotas, como un caramelito.
El general José Manuel Hernández, El Mocho, o como le decían
sus panegiristas, “El mutilado de Los Lirios”, combatió a todos los gobiernos,
desde Crespo hasta Gómez. Se fue a Estados Unidos, vio como de desarrollaba una
campaña presidencial e intentó civilizar las de Venezuela. Comenzó a repartir
fotografías suyas, con una carita de yonofuí y las viejecitas de los pueblos
encendías velas impetrando la ayuda divina para que llegara al solio
presidencial; pero con humo no se asan jojotos. Recorrió en campaña los cuatro
puntos cardinales, pero además del pueblo, sumaba a los poderosos, a los
conservadores en cada lugar. Por ejemplo, en el Guárico reclutó políticamente a
los Hernández Ron, Roberto Vargas y Arévalo Cedeño; en Carabobo a la godarria
valenciana, a los Sagarzazu y Alzuru; en Cojedes a los ganaderos Loreto Lima,
guerreros además y a los Franco; en Maracaibo a los Finol, en Caracas los
Urbaneja (Diego Bautista le escribirá al Mocho unas proclamas “con su estilo”)
y los Escobar Llamozas; en Amazonas a Luís Manuel Botello, señor feudal de Isla
Ratón y Maipures. Cada uno de ellos tendrá puesto en la lucha desde 1896. Pero
siempre perdedor. Todos iban a votar por él, pero Crespo y su gente no dejaron
entrar a los mochistas al sitio del sufragio. Allí estaban los liberales
crespistas con machetes y palos para dar una tunda a los osados. “No se
atrevieron a presentar su ridícula minoría”, gritaba con un telegrama a Crespo
desde Villa de Cura el doctor Arnaldo Morales, furibundo liberal. Y así fue.
El general Castro nombró ministro al Mocho después de sacarlo
de la cárcel, adonde lo envió Andrade, después que en El Carmelero mataran a
Crespo y al día siguiente de la designación se fue alzado el Mocho con el Cojo
Borges. El general Gómez lo nombró miembro del Consejo de Gobierno en 1909 y en
1911 se declaró enemigo y fue a parar a Trinidad, el último destierro. Deambuló
conspirando por las Antillas y Estados Unidos. Enfermo del hígado, murió casi
repentinamente en Nueva York, en el Memorial Hospital, a las 2:57 de la tarde,
el 22 de agosto de 1921; lo velaron en la funeraria Campbell de la calle 66 de
Broadway, como a una rutilante figura, y la señora Trina de Tello confeccionó
una bandera que colocó sobre el ataúd. Se le sepultó en el Calvary Cementery.
Sus restos no han regresado al país y sus familiares directos están en Puerto
Rico. Parientes colaterales residen en Caracas. No dejó bienes de fortuna, como
sí su hijo Nicolás, próspero comerciante en La Habana, quien continuó ayudando
a los eternos conspiradores, entre ellos el general Emilio Arévalo Cedeño, el
gran protegido. El Mocho Hernández fue una de las figuras más populares en la
política venezolana de todos los tiempos.
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