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martes, 25 de mayo de 2021

El oratorio de Doña Celerina

Entre hechos y mitos

LOS CUENTOS DE CAMINO “SAZONAN” LA VERACIDAD ANCESTRAL ORIENTAL QUE  RESEÑAN LOS HISTORIADORES

Aunque no figuran en los libros de historia, algunas de las crónicas de las ciudades que componen la zona norte del estado Anzoátegui están rodeadas por un halo de fantasía que llama la atención de quienes escuchan esos relatos. Las leyendas que se tejen, vinculan a ciertas edificaciones emblemáticas en una compilación de datos comprobables que han sido “sazonados” durante años de transmisión oral.

En la esquina donde se encuentran las calles Bolívar y San Carlos, en pleno casco histórico de Barcelona, existe una casa en la que en la actualidad funcionan siete locales comerciales. Su techo es dominado por una desvencijada cúpula, cuya tonalidad ocre contrasta con el brillante plateado del manto asfáltico que cubre las tejas de la peluquería que funciona en parte de la antigua vivienda.


La edificación de este curioso domo, cuya forma recuerda a las bóvedas que dominan la arquitectura religiosa colonial, fue responsabilidad de una aristócrata mantuana que durante 1774 recibió una gracia papal que le permitió contar con un oratorio privado en su residencia; un privilegio apostólico que le fue concedido por Clemente XIV durante su último año como pontífice.

Celerina Antonia de Castro de Martínez Campos fue una devota dama de sociedad que es reconocida como una de las mayores contribuyentes a la construcción de la Iglesia parroquial de Barcelona, hoy Catedral”, relató Marcos Delgado, cronista del municipio Simón Bolívar del estado Anzoátegui, en referencia a un pasaje del libro Historia de Aragua de Barcelona, del Estado Anzoátegui y de la Nueva Andalucía, escrito por el sacerdote Manuel Acereda La Linde (1965).

 Doña Celerina era hija de Lucía Hernández, tía del párroco local Fernando del Bastardo. La señora Lucía tuvo a su cargo el cuidado de la imagen de Santa Rita y fue responsable de costear su fiesta anual, veneración que luego heredó su hija.

“Siguiendo los datos de Acereda La Linde, esta criolla debió morir hacia 1799. Fue la viuda del Coronel Diego Bernardo Martínez de Campos. Su cuerpo fue sepultado en el primer tramo de la nave mayor, con muchos privilegios, por haber sido gran bienhechora de la Iglesia. En el ala derecha de este templo existe una lápida que la recuerda”, relató.

Delgado explicó que en torno a la cotidianidad de esta criolla se entretejieron muchas leyendas urbanas; entre ellas se destaca la que hace mención a que una vez construida la Catedral de San Cristóbal doña Celerina extendía una alfombra roja entre su residencia y la entrada de la iglesia para asistir a las eucaristías o que era poco dada a compartir con sus vecinos.

No existe un dato histórico fehaciente que compruebe la cotidianidad de la alfombra o su indisposición para con sus coterráneos; son cuentos de camino, cotilleos, es oralidad transmitida de generación en generación que se convirtió en “verdades colectivas”.


Por Martín Carbonel Salas. Publicado en la Revista Ardentía. Diario El Tiempo de Puerto La Cruz.

 


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